Oruro
14 agosto 2012
Pasamos un par de noches en Oruro, que no nos gusta demasiado… sólo nos gustan los mercados, el santuario de la Virgen del Socavón y haber podido ver las olimpiadas en la habitación del alojamiento.
Lo más famoso de Bolivia son sus Carnavales, que se celebran en febrero/ marzo, claro.
Como muchas de las fiestas de sudamérica las tradiciones indígenas y coloniales se mezclan en un original popurrí simbólico, colorido y musical creando un carnaval único.
La verdad es que nos hubiera encantado vivirlo.
Oruro también es una población minera, de ahí el nombre de su patrona, la Virgen del Socavón.
El templo se encuentra en lo alto de un cerro, frente a una gran plaza donde las agrupaciones del carnaval bailan a la virgen.
Es uno de los templos más curiosos con los que nos hemos encontrado. En uno de sus laterales la iglesia se une con una especie de cueva y esta a su vez tiene una entrada a la mina. Descendiendo por unas escaleras se accede a las galerías donde han situado un pequeño museo minero, cerrado al trabajo pero conectado a través de galerías con el resto de la mina.
Paseamos por los mercados, que en domingo son enormes, y nos encantan.
En los mercados bolivianos puedes encontrar casi de todo. Desde ropa y zapatos, productos de higiene o comida en crudo y en cocinado hasta objetos esotéricos como dulces, piedras y fetos de guanaco para ofrendar a la Pachamama.
Algunas mujeres leen las hojas de coca, otras leen las cartas.
Hay carretillas llevadas por cholitas que venden trozos de piña y papaya fresca o naranjas peladas prestas para un rico zumo natural.
Señores, señoras y niños venden helados y avisan de su llegada haciendo sonar una bocina.
Hay gente en bicicleta, hay autobuses que atraviesan las estrechas calles abarrotadas, hay jóvenes que caminan de la mano, hay mujeres gritando sus productos.
Las tiendas se alinean en disposición gremial, tanto en el mercado como en las calles de las ciudades. Fotocopiadoras, tiendas de discos con la música a voces, puestos de tartas de todos los tamaños y colores, músicos callejeros…
Y nosotros caminamos sin rumbo en medio de todo ese remolino de estímulos, y disfrutamos como enanos.














